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miércoles, 7 de septiembre de 2016

El tabú de la autoridad. Sus funciones. “Edipo Rey”

Autor: Alejandro Higa 

“Hay una trama oculta, profunda, de relaciones de poder encubiertas en las distintas relaciones en la sociedad, entre unos y entre las personas y los organismos de poder, incluso entre aquellas personas que ejercen el poder circunstancialmente, que hace que algunas situaciones sociales, entre ellas las normativas, funcionen sin cuestionamiento alguno, en tanto rige una red normativa invisible e indeterminada” (Foucault, p.38)


Con esta visión he afrontado el trabajo de exponer algo sobre la cuestión del tabú y sus funciones en una sociedad, tomando como disparador la obra “Edipo” que nos dejó Sófocles –como instrumento de estudio-, e indagar si, en su caso, tiene alguna relación con principios básicos de las normas que rigen en un grupo social determinado, desde una visión sin límites muy estrictos -a fin que pueda superar el mero texto- convirtiéndolo en un portador de ideas, en tanto posible disparador de otras ideas, o bien, a modo de replantearlas a través de otra visión posible de la trama social.

A tal fin, he metido mano en un tema que muchas veces me ha dejado insomne cuyo origen parte de una inquietud por demás atendible. Pasaré a explicarme. Esto es que la justicia divina, en tanto tal, sólo es responsabilidad -para aquellos que tienen fe- de dios o el ser superior al que se adscriba dicha fe. En cambio la justicia humana, es responsabilidad de los hombres actuales y urgentes. Pues es su tiempo, este tiempo, donde cada uno puede hacer algo tendiente a mejorar su paso por éste -entre los que me incluyo-, y como tal, muchas de las veces los efectos que producen sus actos, actuales y efectivos, no tienen modificación alguna posible en la historia que se ocupará de consumirlos y juzgarlos sin que puedan anoticiarse de esto. El único lugar, en tiempo y espacio, es éste, y aquí donde debe desarrollarse su propia vida, luego sólo es historia, y será no el hecho sucedido sino aquello que otros cuentan que sucedió. Y como pasado, inmodificable.

Por tanto es imperiosamente necesaria la construcción de un sistema de normas en tanto Estado, lo más exenta posible de elementos no justificables o irracionales –mientras no se sostenga en razones plausibles-, puesto que su aplicación –la de la justicia en general que se dirige a todas las personas, profesen el credo que profesen, y aun más, no profesando ninguno- representa el recorte de alguna forma de libertad posible de algún ser humano durante su paso por esta vida terrenal, y peor aun, algunas veces mediante una justificación que no le es aplicable al propio ser por no creer lo mismo que el otro. Se trata de intentar identificar y despojar a la idea y concepto de justicia en general de elementos injustificados –sin sostén argumentativo que resista el análisis lógico lingüístico- y por tanto irracionales –en términos de Wittgestein “sinsentidos”-, que permitan un término lo más objetivo y preciso posible, extrayendo cada elemento que no tenga su explicación razonable de ser en la construcción intentada. Sacar del terreno de los justificativos aquellos elementos emotivos que han ocupado el lugar de instrumentos de opresión y coerción más allá de un sistema de retribuciones por la cesión concedida, ubicado entonces en la única y exclusiva posición de mantener privilegios irracionales. Por ello es que cuando hablo de justificación razonable me refiero a la razonabilidad que dan las palabras y es posible sostener dentro de límites precisos, y respetando exclusivamente principios básicos determinados por esta imposibilidad de frenar el aquí y ahora, y la relación que ello genera entre el individuo y la sociedad. 

Puede decirse que el número aritmético mayor en tanto democracia numeral hace la legitimidad de la opresión, porque nadie vive con derechos absolutos, pero justo aquí tratamos de ver que sin razón resulta la justificación del número. La cuestión pasa por intentar un cambio de paradigma para dejar de construir sociedades centrífugas a inclusivas, es allí dónde se cobija la pluralidad. Creo pues necesario para ello despojar los tabúes que se encuentran en la trama política a fin de lograr una construcción social libre e inclusiva, más allá del número.

No se trata directamente de la cuestión de distinguir el derecho y la moral. Desde Kant o quizás antes, hasta la actualidad muchos fueron los que trataron el tema, con tanta profundidad, por lo que remito a ellos cualquier inquietud sobre el asunto. 

Mi interés aquí reside en intentar el análisis de las distintas funciones del tabú en los grupos sociales, y ello, por lo pronto desde distintas ópticas. El tabú como norma social oculta e inaccesible para la mayoría de las gentes pero que de todos modos se encuentra presente y rigiendo alguna de sus conductas. Una óptica posible de encarar el tema es, en tanto generador de normas de conducta, y en su caso, cómo actúa sobre las conductas humanas, y en otro estadio, su influencia en el Derecho de un Estado si es que lo tiene. 

Algunas de las preguntas que surgen al pasar son por ejemplo: ¿Está la sociedad actual estructurada en relación a tabúes? En su caso, ¿Podemos identificar cuáles? ¿Existe diferencia entre la idea –no concepto- de “tabú” y de “norma”? ¿Es el contrato social un “verdadero” contrato entre partes que comprenden y entienden cada una de sus cláusulas o es un “pacto” –con cláusulas oscuras y ocultas- al que debe inexorablemente adherirse? No estoy seguro de que se responderán tan grandes interrogantes, pero quizás es posible poner en el tapete la cuestión a modo de comenzar a discutir el tema y ver cuánto hay de regla cultural y cuánto de natural.

Reviste entonces gran interés el tratar de desentrañar qué es aquello que hace que nos conduzcamos de una u otra forma, obligándonos a adoptar determinada forma de actuar, y las más de las veces en contra de nuestro propio querer o ser, incluso torciéndolo o forzándolo, y en algunas sociedades, como dije antes, dándole fin a la persona. 

Para tal objeto he tomado el mito de Edipo, como relato de una historia, datada en la versión teatral de Sófocles -440 a –425, y además vista como un conjunto de fábulas sintetizadas en su relato situado en los años –1200 o –1300 aproximadamente[1]. Esto implica tratar de evitar la consideración de algunos conceptos morales posteriores como por ejemplo aquellos provenientes del judeo cristianismo –por lo menos en esta etapa- que darían otro sentido a lo que se quiere abordar. Por eso se debe obviar toda intromisión a cualquiera de sus conceptos fuertes (vgr. “pecado”, “expiación”, etc.) no obstante tributarios de la idea de “tabú” pero que no puede ser objeto del presente. 

Alguna vez leí en Carlos Sánchez Viamonte que “El Derecho aparece en forma de reglas rudimentarias que asumen el carácter de obligaciones sociales y que reconocen un origen religioso o místico con el nombre de tabú. Se da ese nombre a una cierta prohibición de origen desconocido, rodeada de misterio, sin sanción concreta, pero acompañada de una amenaza imprecisa, poderosamente sugestiva y que provoca el respeto supersticioso de todo el grupo social.”[2]

Otro concepto que sirve para complementar al anterior, desde la psicología, es el que encontramos en Freud, quien afirma que “se trata de una serie de limitaciones a las que se someten los pueblos primitivos, ignorando sus razones y sin preocuparse siquiera de investigarlas, pero considerándolas como cosa natural y perfectamente convencidos de que su violación les atraería los peores castigos.”[3]

La fuerza del “tabú” entonces, puede decirse, se funda en su origen religioso o místico o desconocido que le asigna un valor de verdad incontrastable al que se le añade la fuerza de una amenaza sugestiva, al menos, que genera el respeto indiscutible, la sumisión lisa y llana del grupo sobre el mismo, sin pensar siquiera en poder discernir sobre lo justo o injusto de la orden, puesto que ello viene ya dado por su origen sagrado, y resulta indiscutible e incuestionable, y por tanto la única respuesta posible es la sumisión al tabú. 

Además es destacable que la amenaza se dirige no sólo contra quien quiebra el “tabú” sino contra todo el grupo, lo que implica crear en ese grupo una función de controlador represivo del cumplimiento del “tabú” es decir un efectivo control social de éste. Pero a su vez, y no menos importante, da la razón de la exclusión al que rompe el “tabú” cuya sacralidad a su tiempo justifica la posible magnitud de la respuesta, en algunos casos llegando a la muerte.

En Edipo queda a la luz en las pestes que se suceden en Tebas y que afectan a todo el grupo. Todos los males tienen su origen en una sola cuestión individual y perdurarán hasta que esa cuestión sea zanjada, mientras tanto estos males afectarán a toda la sociedad tebana y no individualmente sobre quien se pretende “ajusticiar”, que además durante casi toda la trama del relato desconoce incluso su falta.[4]

Se introduce pues un factor de presión al grupo para que éste desee por sí, en primer lugar, reestablecer el orden quebrado por el “tabú” castigando al “culpable”, y en segundo lugar el establecimiento de la regla “tabuada” o que se quiere imponer. Esto no sufre mayores diferencias con la idea que actualmente tenemos de una “norma” en tanto intenta prevenir conductas futuras. Lo más diferenciador, en su caso, es su trasfondo, en tanto visible. 

Entonces adquiere suma importancia quien emite la norma, y la introduce subrepticiamente por su medio, su persona toda y con sus características, en el grupo, de lo cual depende la suerte de verdad que se le atribuirá a la orden. En ese caso será el mago adivino en tanto ser conectado con lo supranatural y portador del mensaje de los dioses.

Por ello resulta de gran relevancia en el relato de la fábula la figura del adivino Tiresias –portador de la voz de los dioses- quien será en definitiva quien emita la proposición tabuitica. En efecto, de su discurso surge la responsabilidad de Edipo en la muerte de Layo, y otro tema no menor, como es el incesto con su madre. Que luego se va confirmando con la participación de otros actores.

Aquí podemos desplegar una serie de leyes tabúes que se presentan en “Edipo”. Dejando de lado la que involucra a Layo, en tanto pretende desviar la voluntad de los dioses, iré directamente a las que involucran al propio Edipo, y sobre las que, según la obra que nos llega hoy día y su información circundante[5], pretende dejar como principal prohibición o tabú, el “tabú del parricidio”. 

Es decir, sólo nos interesa, en principio, el “tabú del parricidio” en tanto prohibición de origen misterioso que conlleva una fuerte amenaza poderosamente sugestiva y que el grupo respeta supersticiosamente, en función de evitar la ira de los dioses, y por tanto su cumplimiento es por creación de una especie de culpa o consecuencia colectiva. Esta implica a su vez una represión de la reflexión a la que haré mención más adelante

Cuando digo “tabú del parricidio” hago referencia a la aplicación del castigo por el castigo mismo, puesto que en tanto “tabú” no necesita ser justificado. Una especie de retribución mística. Más allá de la propia explicación del daño a otro, aquí el foco no está en el homicidio de Layo sino en su “parricidio”.

Su único fin se dirige a mantener el poder, y no a generar conductas positivas para el grupo, su solo objetivo radica en sostener la organización jerárquica, y revalorarla. Aquélla en donde el dominio subyace al “tabú”, que en definitiva se convierte en la herramienta represiva por la que el represor hace efectivo el cumplimiento del “tabú”. Acá metafóricamente se recurre a los dioses como voz jerárquica superior a la que se debe obedecer, lo que lo impregna de misticismo. En ciertas ocasiones este misticismo se encuentra en las leyes, y eso nos preocupa. Tanto desde el punto de vista de la construcción normativa como la propiedad oculta del mayor número que legitima. 

Trataré de ser un poco más preciso. Para ello será necesario refrescar el relato de Edipo, pero a fines sintéticos asumiré como conocida la otra parte de la historia, o ignorándola, haciendo mención sólo aquellas indispensables para el desarrollo de la idea que pretendo exponer. 

Edipo mata a Layo en un altercado en el que primeramente él es agredido por el heraldo de Layo, y a partir de su propia orden e insolencia, lo atropella a este Edipo, criado hasta entonces como hijo de soberanos (Pólibo y Peribea eran reyes de Corinto y los padres adoptivos de Edipo, los que éste reconocía como tales). He aquí otro dato relevante. Nunca se conoció Edipo como hijo de Layo y menos aun en el momento del altercado. Y según la referencia histórica de la leyenda Layo se enreda con las riendas, y cae y es arrastrado por los caballos que en su corrida terminan por matar a Layo. Es decir su muerte acaece en forma accidental y como producto de una pelea a la que dio inicio[6]

En la situación expuesta –hoy obviamente con más herramientas conceptuales que entonces- podemos afirmar que dicho “parricidio” no existió como tal. En efecto, Edipo mata a Layo en circunstancias extraordinarias –una pelea-, desconociendo contra quien pelea y da muerte –a la postre su padre- y que se produce por la furia desenfrenada que el hecho del agresor del mismo le generó. Es decir una situación que a cualquier hombre común haría minimamente dudar respecto de la justicia de la aplicación de cualquier tipo de castigo al caso ya sea por considerar que Edipo se defendió legítimamente o que actuó creyendo estar defendiéndose o bien porque la agresión de Layo generó la violencia en Edipo.

Sin embargo la voz de los “dioses” ha sido implacable “se debe castigar al asesino de Layo” sólo esa es su sentencia, y como tal debe ser cumplida si se quiere evitar que se continúe evidenciando su furia, y las consecuencias perniciosas sobre el grupo. Vgr. pestes, y desgracias colectivas. 

Aquí vale un paréntesis. La figura de los dioses en la tradición occidental siempre reflejó la imagen de su carácter justo, ello más allá de las propias internas entre la particular familia de los dioses griegos, que los humanizaba, pero en este caso lo importante es como se ve el mensaje final de su sentencia.

Es decir lo que queda claro, hago especial referencia al “Edipo” de la obra de Sófocles, y a lo que surge evidente de ella es la prohibición del “parricidio”, tanto como muerte al padre como al soberano, y la aplicación de un castigo en su caso. En ello no cuentan ni las circunstancias ni la justicia del caso ni la persona sobre la que se aplicará la sanción, que para la cuestión se trataba de otro rey, Edipo. Sólo interesa el cumplimiento caprichoso de la sentencia de los dioses en tanto quebrantamiento de un “tabú”, que como tal no posee la virtud de lo justo ni de la mejor solución del caso en justicia en tanto valor sólo se trata del obedecer un mandato, que como tal no pareciera ser valorable de justo o injusto. 

Es así como, en tanto capricho de los dioses, la sentencia adquiere el carácter de “tabú” ya que se refleja en una prohibición de origen desconocido –en el caso oracular- rodeada por tanto de misterio sin una sanción concreta sino de la amenaza a continuar el sufrimiento de calamidades generales, que producen una directa sugestión en el grupo, creando un efecto supersticioso dirigido únicamente al cumplimiento de la “norma” por miedo a sufrir sus consecuencias. 

Obviamente que aquí queda por cierto inutilizada la función reflexiva de la persona, en tanto primer efecto del “tabú” dada su fuerza de verdad incontrastable nada queda por cuestionar, menos aun cuando ello proviene de una fuente divina, y con una amenaza de mal incalculable de antemano. Esto resulta de suma importancia en tanto abriría a la persona una instancia posible de elección, pero el “tabú” tiene como función asimismo, imposibilitar la capacidad de elección. No la elección como paso posterior sino la elección como posibilidad de direccionar la propia vida.

En este contexto, Edipo adquiere la figura de “mártir” o “sacrificado” en tanto resulta ser el elemento que hay que expulsar del grupo en pos de terminar con las pestes sufridas, en beneficio del bienestar de la sociedad. Esta idea de “sacrificio” muy ligada a las sociedades humanas conocidas hace, por ejemplo, que uno proyecte el concepto de “trabajo” como algo displacentero que va a hacer toda su vida. 

Actúa entonces el “tabú” aquí como una fuerza centrífuga donde aquel que lo quiebra, en principio por ese mismo hecho de haber quebrado la “norma” debe ser expulsado, para mantener el orden jerárquico pues el primer desafío se dirige contra dicho orden (algo así le sucede al propio Layo al intentar quebrar el designio oracular respecto de Edipo) Y enlazado con este se encuentra el mantenimiento del “tabú” pues en tanto este sea la “razón” del castigo mantiene su valor-fuerza obligatoria para el resto del grupo.

En este contexto la voluntad de castigo resulta lo importante y no respecto a la justicia o no de su aplicación. Con ello se sostiene la organización primaria del grupo a través de reglas rudimentarias que generan obligación social de actuar o de evitar hacerlo, cuyo origen religioso o místico le da el valor de supremo e incontrastable que mediante una amenaza imprecisa e indeterminada provoca el respeto supersticioso del grupo social a tal punto de crear en ese grupo una conciencia de contralor que en tanto parte, debe hacer cumplir. De aquí la importancia de la función del “tabú” en las sociedades en tanto elemento de dominación sobre el grupo.[7]

Valga aquí un pequeño párrafo acerca del “tabú del incesto”. En la sociedad occidental, la instalación del “tabú del incesto” es también funcional a la instalación de la organización jerárquica porque el concepto del “tabú del incesto” se dirige a ejercer un control sobre la sexualidad, concepto que después toma el judeo cristianismo para convertir lo sexual en pecaminoso. Ello dejando de lado que el “incesto” como acto de yacer sexualmente Edipo con su madre resulta muy imposible de sostener en la misma fábula[8]. No existe el acto “conciente” de incesto en el relato.

Es que el principal objetivo sobre el que se dirige, en este caso la obra de Sófocles, es darle un contenido negativo a la sexualidad, lo que queda expuesto en la frase de Tiresias, justamente, que afirma “se te oculta que tienes trato, el más infame con los seres más queridos...” [9]

Es por tanto que se pretende instalar, no sólo, y en este caso me refiero a Sófocles, el “tabú del incesto” sino podría decirse el ”tabú de la sexualidad” presentándola, sin dar razón alguna para ello, como un “trato infame” entre las personas. No se debe olvidar la actuación política que tuvo en la sociedad griega Sófocles, por lo que podría tener una finalidad de control sobre la sexualidad en tanto la importancia que revistió para aquella sociedad la procreación y ello, no por gustar de los infantes sino por serles necesarios fuertes y sanos para servir a la misma sociedad como guerreros. 

Con ello queda conformada una obligación grupal no ya en tanto su sostén racional o necesario para el grupo sino a partir de un misterioso poder, que conforma sociedades no unidas por una serie de contratos o acuerdos conocidos, aceptados y consensuados sino a partir de pactos secretos desconocidos y por tanto no consentidos. 

Sociedades con sostén secreto. Incluso para aquellos que la conforman que se conducen de manera que existe una o varias desconocidas para el individuo que debe aceptar de forma sugestiva provocando su supersticioso respeto a fin de evitar que de alguna forma, también desconocida, el grupo lo expulse por haber quebrantado el “tabú”.

De modo que se va creando una ficción difícil de asir, aun en términos conceptuales. En principio, incluso podría decirse que la propia idea de “contrato social” es insostenible desde su propia definición por cuanto se trata de un contrato desconocido e inaceptado por al menos uno de los contratantes, ello en tanto debe ser aceptada su conformidad por temor a la expulsión referida. [10] Incluso diría más que dado su carácter oculto es desconocido por todos.

Este juego de necesitar el grupo de un “mártir” o “sacrificado” en virtud de su propio mantenimiento da una idea de antropofagia –apareciendo en Edipo cuando él mismo se arranca sus propios ojos infrigiéndose él mismo su propio castigo- para mantener su supervivencia, desconociéndose los motivos de tal necesidad, pues las faltas muchas veces aparecen en forma de romper el “tabú”. 

Y aquí hago referencia también a algunas normas o actos de gobierno actuales (incluye a los actos de todos los poderes constituidos en nuestra sociedad) que en forma de “tabú” quiebran su deber imperioso de mostrar, hacer visible su racionalidad y justeza, para conseguir consensuadamente el beneplácito del individuo. 

No estoy diciendo que, a modo de una democracia directa, es necesario el consenso de todos los integrantes de la sociedad para legitimar una norma o acto de gobierno. Me refiero a que imperiosamente debe ser fundada, en primer lugar, la necesidad de la norma desde su racionalidad. Ello en tanto cualquier norma, persiga la finalidad que persiga, implica un recorte de libertad hacia algún miembro del grupo, y por tanto ese recorte debe ser fundado, sino su misticismo hará que su única razón de ser sea algún oscuro e irreconocible origen desconocido. Es decir un “tabú”. 

En segundo lugar, deben ser cada uno de sus elementos explicables y justificables desde la razón, en tanto aquel al que mediante su aplicación se le coarte –incluso mínimamente- la libertad no debe aplicársele una amenaza imprecisa a modo de sanción indeterminada que implique su carácter de “mártir” sino que su pérdida se vea en función de su propio bienestar o de algún bienestar posible para terceros que haga razonable esa pérdida. 

En cambio, y todo lo expuesto refiere que una sociedad “tabuizada”, como la que refleja la Tebas del relato de Edipo y sus consecuencias e influencias en proyección a nuestras sociedades, que reconocen su origen en ella, está dirigida a la producción de sociedades estructuradas en un feed back represivo y reprimido de la que resultan grupos sintomáticos. En tanto este doble juego implica una imposibilidad del desarrollo personal de cualquier plan de vida, incluso si existiera alguien con una hipótesis de elección de plan de vida idéntico al impuesto por el grupo. 

En efecto, en tanto el grupo represivo le impone un plan de vida que tal vez él hubiera elegido para sí, de haber tenido la posibilidad de elegir, en las condiciones expuestas, no hay siquiera la hipótesis de una tal elección por ser contradictoria en sí misma.

Y aquí vale destacar que cuando hablo de grupo represivo no hago referencia a alguna Institución conocida en el estado actual de la organización social sino a un primer y primitivo grupo organizacional donde este grupo represivo es un ente indefinido e inidentificable pues se trata de una mera idea prototípica, que subyace cada acto colectivo.

Existe en definitiva una instalación estructural de un “tabú” que pasaré a llamar “tabú de la autoridad” en donde nadie sabe cómo ni porque existe la rudimentaria regla de la jerarquía que asume un carácter de obligación social cuyo quebrantamiento produce la sensación de amenaza imprecisa por parte del grupo cuya primer reacción resulta la expulsión del individuo. Podría decirse que la primera regla rudimentaria identificable es el de la fuerza, la del hecho, de lo practico y palpable. Nada más primitivo que medir la jerarquía por lo fáctico.

Entiendo que una clarificación de los “tabúes” que subyacen en la estructura de nuestras sociedades, separándolos de su estructura permitirán una creación de una sociedad racional cooperativa, dejando el estadío primitivo anterior progresando un escalón en la construcción de una sociedad conciente, donde se busquen soluciones a los conflictos que aparezcan en su constante interrelación, y no la necesidad imperiosa de expulsión, casi animal, integrando a cada uno de los individuos que la componen, a fin de que posean un terreno fértil en este, aquí y ahora, para poder desarrollar libremente sus planes de vida, sean cuales fueran estos sin ninguna intromisión del grupo social, más allá del necesario para su propio desarrollo. 

El individuo se desarrolla en sociedad con el otro en esa interacción e interactuación en un aquí y ahora construido en la dinámica del grupo. Esto no implica por cierto invisibilizar al individuo. Todo lo contrario. El individuo parte de ser eje, y asimismo punto de apoyo para el otro individuo que cumple esta doble función de “eje y punto de apoyo”. Por tanto el momento de inflexión de la sociedad es el del desarrollo de sus individuos, no en su mayoría sino en su todo individual, en el que el sustrato donde se encamina esa dinámica es pura y únicamente la imposibilidad de dañar al otro, individuo. Esta prohibición de dañar al otro es eje en tanto regla cultural que se equipara o incluso adquiere mayor relevancia que la propia regla tabuítica porque hace al único fin de proteger al individuo como tal y como integrante de una sociedad[11]. La protección del individuo pues en tanto “eje” de una sociedad es el primer fin de cuidado para cualquier plan de vida. Aquí entiendo que debe centrarse en que la individualización del eje configura la exteriorización de la trama de saberes que en definitiva apunta a correr el velo del poder oculto tras esa trama identificando la lucha de poderes oculta.

Señala Martyniuk que “la reconstrucción racional de la construcción conceptual de la ciencia, es decir, elaborar un metalenguaje. Un lenguaje universal, fisicalista, que reduzca todo concepto a relaciones de magnitud, a una sistemática atribución de números a puntos espacio-temporales, eliminando así las propiedades ocultas.”[12]

La aparición de la trama implica una visibilización de las fuerzas en competencia. Ponerlas a la vista no es más que intentar poner sobre la mesa las variables en juego, de modo que toda decisión se base en una elección entre estados de cosas posibles, evitando pues el ocultamiento al respecto. Ya Foucault citando a Nieztche nos ponía al tanto que “El poder político no está ausente del saber, por el contrario, está tramado con éste.”[13]

Es entonces pues que el intento por lograr un entramado social pluralista de la diferencia pueda emerger de las reglas tabuíticas y el mero conocimiento como portador de la verdad legitimadora del poder. 

En esa dinámica el saber en tanto portador de una porción de poder que se pone en pugna de un juego que se dirige a desvalorar al otro, lo incluye, en tanto individuo como parte de una realidad histórico social que conforma voluntariamente y de modo que es tomado concientemente por la sociedad, esa que conforma.

En este sentido la función excluyente de la regla tabuítica que se define en el “sacrificio” puede ser neutralizado y dejado de lado en virtud de la construcción de una sociedad inclusiva y pluralista desde su propia justificación, considerando al individuo como ser irrepetible de su tiempo y espacio. En su aquí y ahora. Desde éste lugar todo reconocimiento de derecho es siempre justificable, a priori. El reconocimiento de un derecho hace presente aquello que no era necesario reconocer, pero cada acción dirigida a coartarlo debe ser sí justificado en virtud del único principio eje “alterum non ladere” o “principio de no dañar”. 

Por su parte el saber como constructor o parte del entramado político cuyo dominio ejerce sobre el otro distinto que está excluido de ese manejo del saber merece un atento análisis que excede el marco del presente, pero que dejo planteado. Parece que otra parte del manejo oculto de ese poder que venimos hablando se enquista en la manipulación del lenguaje como elemento diferenciador y herramienta de poder represora, ejemplo por demás claro cuando vemos que quienes juzgan, desde su lugar cultural con su historia de vida y valores, con un vocabulario si bien muchas veces no extenso, lo hacen a otros que, en la mayoría de los casos cuentan con un vocabulario que no supera las sesenta palabras de uso. Esa imposición cultural del lenguaje es el primer peldaño para indagar acerca de cuánto hay en el juzgar la comparación de parámetros meramente culturales. 

La identificación del tabú de autoridad se dirige principalmente en hacer manifiestos esa manipulación luego de lo que, despojado de ello pueda objetivarse, un poco más la justificación de las decisiones, principalmente de aquéllas dirigidas a la exclusión y coartación de los derechos. 

Por otra parte, una faz de correr el velo del “tabú dela autoridad” va dirigido por ejemplo a poner en cuestión el principio de validez de los acto de gobierno, tal suposición implica un cambio de roles en una república ya que quien debe justificar es el poder y no el individuo. Si el Estado quiere coartar una libertad a partir de nombrarla en adelante debe justificar cada uno de esos recortes sino sólo será justificable desde un oscuro lugar tabuítico.

Pues la obediencia no parte de ese “momento de incondicionalidad de la norma” que refiere Habermas sino desde lo que Foucault llama el “contrato del despotismo racional con la libre razón: el uso público y libre de la razón autónoma será la mejor garantía de la obediencia, con la condición sin embargo de que el principio político al cual se hace obedecer sea también conforme la razón universal.”[14]





[1] Aquí destaco entre otros Robert Graves “Los mitos griegos” principalmente tomo 2 ps.12/15 de Alianza Editorial, y  Thomas De Quincey en “La esfinge tebana” artículo que se puede hallar en la obra “Seres imaginarios y reales” p. 60 de editorial Losada.-
[2] Carlos Sánchez Viamonte en “Las instituciones políticas en la historia universal” p.25, tiene como subtítulo curioso para la época “Evolución de las formas de gobierno y de los Derechos Humanos hasta la República Democrática de nuestro tiempo” Editorial Bibliográfica Argentina, Bs.As. 1958. Otras formas de aparición  de la idea de tabú pueden consultarse en “La rama dorada”  de  James George Frazer  segunda edición abreviada en español undécima impresión de 1992 Fondo de Cultura Económica, México.  Allí incluso se encuentran casos en donde el “tabú” tenía como función ser limitador de las acciones del soberano en tanto su deber de controlar su pureza como tal. Algo así como un sistema legitimador del Soberano.-
[3]  Sigmund Freud “Tótem y Tabú”, p. 20.- RBA Coleccionables S.A. 2002, Trad. Luis López Ballesteros y de Torres.-
[4] Hay un brillante análisis de la identificación de un mecanismo de búsqueda de la verdad en la obra “Edipo Rey”, como procedimiento en “La verdad y las formas jurídicas” de Foucault, Michel p.37 en adelante ed. Gedisa. 2da.edic. Barcelona 1991.-
[5] Aquí destaco ob.cit de Robert Graves “Los mitos griegos” , y  Thomas De Quincey en “La esfinge tebana”  ya citado. En él expone claramente el “sinsentido” –uso el término siguiendo a Wittgenstein en su “Tractatus”- de lo que acá se llama “tabú del parricidio”.
[6] Ello aun cuando hoy día parece que no existiera la idea de “accidente” conforme la nueva orientación dogmática penal. 
[7]  Otra visión de la función de los elementos irracionales en el derecho, en Habermas, Jürgen en  “¿Cómo es posible la legitimidad por vía de la legalidad?” en “Revista Doxa 5” (1988), págs. 21/45. Una interesante idea que, creo no obstante compatible con lo que sostengo aquí es el de “momento de incondicionalidad de la norma” a los fines de su cumplimiento. Este momento de incondicionalidad, a mi entender corre en forma exclusiva con la fuerza obligatoria de la norma. Por tal motivo es necesaria una incondicionalidad práctica del primer momento que no evita el posterior contraste con los exámenes de legitimidad a los que es posible afrontar a posteriori.-
[8]  Recuerdo aquí en primer lugar que Edipo no supo que yacía con su madre, y que por otra parte, lo hizo en virtud de haber logrado para la sociedad tebana un beneficio, es decir, en parte de agradecimiento de haber salvado a la sociedad de los males de la Esfinge. Y además es de ver la clara explicación que al respecto da Robert Graves en la ob.cit. p. 13 t. II.-
[9]  p.198 en “Tragedias completas” de Sófocles edit. Cátedra 1995 Madrid. No debe escaparse el doble carácter de Tiresias en la historia griega en tanto haber sido hombre y mujer, siendo entonces significativo su rol de llevar adelante le mensaje tabuítico.
[10]  Una perfecta muestra de esta imagen del Estado puede observarse en la idea del “Contrato Social” puede advertirse con suma claridad en la figura del “Leviatán” en tanto monstruo que necesita devorar a sus propios integrantes para su  subsistencia.  Otro punto para destacar es que, no es inocente esa imagen monstruosa de Estado y su relación con el manejo del temor o miedo, como herramienta de sujeción del individuo.  Todo ello en “Leviatán” de Thomas Hobbes.- 
[11] Es aplicable al punto el desarrollo que realiza Claude  Levis Strauss en su capítulo acerca del “Problema del incesto” en su obra “Las estructuras elementales del parentesco”: Propender a vaciar de tabúes la trama social se dirige a evidenciar la trama cultural y por tanto dejar de lado las reglas “naturales” y oscurantistas que son “sinsentidos” normativos.  
[12] Martyniu, Claudio Eduardo en “Positivismo, hermenéutica y teoría de los sistemas” p.37 Edit. Biblos.-
[13] Foucault, Michel en “La verdad y las formas juridicas” pág.59 ed. Gedisa  2da edic. Barcelona 1991.-
[14]  Foucault, Michel en “¿Qué es la ilustración?” p.89 Alción editora 2da edic. 2002 preparada  por Silvio Mattoni.-